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Como opera una Dictadura

Uno de cada tres habitantes del planeta vive bajo una dictadura. Los que dirigen regímenes autoritarios ¿Son personas corrientes o excepcionales? ¿Cómo funciona su cerebro? ¿Tienen algo en común?

23 Junio 2022

Muchas veces se ha asociado directamente su delirio de omnipotencia con la locura. De acuerdo con el escritor estadounidense John Gunther, autor de libros sobre los regímenes totalitarios, “todos los dictadores son anormales. La mayoría de ellos son neuróticos”. Adolf Hitler es el nombre tal vez más citado en la literatura científica. De personalidad bipolar, sufría paranoias y complejos de varia índole, que le llevaron a cometer crímenes atroces, purgas étnicas y que arrastraron su pueblo a guerras suicidas. Es el caso extremo, evidentemente. Pero es común que los dictadores, una vez instalados en el poder, pierdan un poco la cordura.

Algún ejemplo. Idi Amin, el feroz dictador de Uganda, se hizo nombrar “señor de todas las bestias de la tierra, de los peces del mar y rey de Escocia”; Jean Bedel Bokassa se hizo coronar como Napoleón Bonaparte en la república Centroafricana; Mobutu, en Zaire, prohibió a todos los ciudadanos llevar un sombrero de leopardo; Nyýazow, presidente de Turkmenistán vetó el maquillaje, los dientes de oro, el ballet, y sustituyó la palabra pan por el nombre de su madre, además de ordenar la construcción de un palacio de hielo en el desierto. Es imposible no acordarse de la película Bananas de Woody Allen, en que el protagonista, una vez convertido en dictador, ordena que “todos los que no hayan cumplido 16 años a partir de ahora tendrán 16 años y que los calzoncillos se llevarán encima de los pantalones…”.

Según ciertas teorías, los dictadores sufrirían de algunos trastornos en el cerebro. La causa estaría en el gen denominado AVRP1, que regula la capacidad de ser generosos con los demás, que sería más corto respecto al resto de seres humanos. Este gen está asociado a la secreción de una hormona responsable de la creación de vínculos sociales y afectivos, según un estudio la Universidad Hebrea de Jerusalén. Richard Ebstein, que dirigió la investigación, supone que en los dictadores se genera poco placer en los centros de recompensa del cerebro al cumplir acciones altruistas. Su conclusión: “Es bastante seguro que los dictadores codiciosos tienen un componente genético”.

Daniel Eskibel, además de consultor político, es miembro de la Internacional Society of Political Psychology. En su opinión, “el dictador es aquel que se ve dominado por una estructura cerebral situada en el tronco encefálico, sorprendentemente idéntica al cerebro que tiene cualquier reptil y que empuja hacia el dominio, la agresividad, la defensa del territorio y la autoubicación en la cúspide de una jerarquía vertical e indiscutida”. Puede que el cerebro reptil siempre hubiera estado ahí, pero disimulado. Hasta que el político, una vez que se instala en el poder, descubre “todo lo que puede hacer con una orden o una firma. Toma conciencia de su capacidad para influir en la vida de los demás. Si la persona no está preparada, entonces es sólo cuestión de tiempo para que el cerebro reptil se apodere de los resortes del mando”, afirma Eskibel. El resultado es la pérdida de contacto con la realidad: “Lo ves solo. Aislado. Sin escuchar. Sin contacto con la gente. Agresivo. Cometiendo errores que nunca creíste pudiera cometer. Cada vez más rodeado por incondicionales que sólo dicen que sí”.

A su vez, Jerrold Post, director del programa de Psicología Política de la Universidad George Washington sostiene que a menudo muchos dictadores sufren patologías borderline, es decir que se encuentran en la frontera entre neurosis y psicosis. “Son individuos que pueden funcionar de manera perfectamente racional, pero que, en determinadas condiciones de estrés superan el límite, sus percepciones se distorsionan y esto se refleja sobre sus acciones. Esto suele ocurrir cada vez que pierden o incluso cada vez que ganan. Y el único público que cuenta para ellos es… el espejo”.

Los disturbios y los trastornos son tan frecuentes que hay autores que los han tipificados en distintas categorías. James Fallon, neurocientífico de la Universidad de California, destaca algunas: los dictadores carismáticos, mentirosos, manipuladores, de excelente memoria, abusivos, simuladores. En su opinión, “su mente tiene más inclinación a odiar que a matar. Por eso no siempre son asesinos en serie. Afortunadamente, sólo una persona de 50.000 reúne este tipo de características”. En su opinión estas personas sufren un desajuste cerebral: tienen la amígdala subdesarrollada y esto afectaría a sus niveles de satisfacción. “Padecen una disfunción en la glándula que regula el miedo, la rabia, el historial emocional y el deseo sexual”, sostiene.

Iñaki Pinuel es profesor de la Universidad de Alcalá de Henares y experto en acoso laboral. Ha establecido analogías entre el comportamiento arbitrario de los jefes de empresa y altos cargos políticos. Según sus investigaciones, “entre el 8 y el 13% de la población mundial es psicópata. Y estos sujetos corresponden a tres perfiles: trepas, narcisistas y maquiavélicos. Pero no siempre obtienen su resultado con coacción y miedo: manipulan, fascinan, mienten y se perpetúan en el poder gracias a su carisma. Está demostrado que estas personas cuanto más suben en la escala social, más paranoicos se convierten”, explica.

No obstante, cuando se habla de los dictadores, también existe otra teoría según la cual no siempre serían personas excéntricas o locos de remate. Y, en todo caso, estos desajustes mentales no serían privilegio exclusivo del dictador. Estudios recientes demuestran como la locura es un factor presente en muchos líderes, incluso los democráticos, con lo que no sería una condición necesaria para la dictadura. El autor de esta tesis es Nassir Ghaemi, director del programa de desórdenes mentales en la Tufts University Medical Center y autor del libro Una locura de primera clase. Su argumento es que la depresión convierte a los líderes en personas más empáticas y que las manías les hacen más creativos y con más resiliencia. No por ello, sin embargo, les convierte en dictadores. “La salud mental puede dificultar el liderazgo. Kennedy y Roosevelt eran hiperactivos, Lincoln, Ghandi y Martin Luther King padecían depresiones. Creemos que la locura es un problema, pero en circunstancias de vital importancia produce buenos resultados. Al contrario: la salud mental es un problema”.

Ahora bien, si el desorden mental no es el rasgo exclusivo que define el dictador, se puede pensar que, como mínimo, estos líderes destacarían por tener cualidades excepcionales. Pero, al parecer, este argumento tampoco es decisivo.

José Luís Álvarez es profesor de Esade y sociólogo por la Universidad de Harvard. En su opinión, “no puede haber una psicología común para los dictadores, porque no hay ni siquiera una para los demócratas. Algunos no tienen nada especial, simplemente son jefes de su tribu. Explicar las dictaduras en términos de personalidad no tiene amparo científico”, señala. ¿Entonces el dictador no es ni un loco ni un super hombre, sino una persona corriente? “Tal vez si hubiera que identificar un rasgo común en estas personas, sería la frialdad y el ejercicio despiadado del poder. No tienen sentimientos, no padecen emociones, no tienen sentido del humor ni capacidad de reírse de sí mismos. No entienden que la democracia, en el fondo, es un juego de roles”, explica Álvarez.

Ya en el siglo XVI Étienne de la Boétie escribió que los seres humanos tenían una tendencia casi natural a la servidumbre. Y que esto le llevaba a subordinarse a hombres que a menudo no tenían una personalidad desbordante. “El pueblo sufre el saqueo, el desenfreno, la crueldad no de un Hércules o de un Sansón, sino de un hombrecito. A menudo este mismo hombrecito es el más cobarde de la nación, desconoce el ardor de la batalla, vacila ante la arena del torneo y carece de energía para dirigir a los hombres mediante la fuerza”. De ahí que si la personalidad de los dictadores no es el factor clave para explicar las características de una dictadura, tal vez habría que cambiar de enfoque y hablar de qué ocurre… en la psicología de sus ciudadanos!

Según uno de los padres del psicoanálisis, Carl Jung, los dictadores siguen dos patrones: el de jefe tribal (el caso de Mussolini) y el de brujo o chamán (es la tipología de Hitler). “Yo creo que es un gran error pensar que un dictador se convierta tal por motivos personales, por ejemplo por un trauma paterno que puede haber sufrido cuando era niño. Millones de hombres se han rebelado contra su padre y sin embargo no han llegado a ser dictadores. Los dictadores tienen que encontrarse con condiciones adecuadas para producir la dictadura. Mussolini llegó cuando su país estaba en el caos, la clase obrera era incontrolable y había la amenaza del bolchevismo. Creo que los diferentes dictadores tienen poco en común. Pero la diferencia no está tanto entre ellos como entre los pueblos que dominan”, declaró el célebre psicoanalista hace años en una entrevista.

A finales de los sesenta el psicólogo Gustav Bychowski publicó un libro de referencia, Psicología de los dictadores (ed. Horme), en el que, tras describir los rasgos de personalidad de diferentes políticos autoritarios, llegaba a la siguiente conclusión: “Ciertos factores psicológicos colectivos favorecen el ascenso de la dictadura. La obediencia y la sumisión ciegas a una autoridad autodesignada son posibles únicamente cuando el pueblo se siente debilitado por su propio yo y renuncia a la crítica y a la independencia conquistadas previamente. Ese debilitamiento puede manifestarse bajo el influjo de la ansiedad, el temor y la inseguridad. En tales circunstancias, el yo colectivo, jaqueado por su sentimiento de impotencia, regresa a una etapa más infantil y busca ansiosamente ayuda, apoyo y salvación. Así, el grupo confía en este individuo y lo venera, del mismo modo que el niño ingenuo confía en el padre y le confiere poderes mágicos. Por lo tanto, envuelve a la persona del líder en un aura de mitología. Para ellos el dictador es como la encarnación de sus propios ideales y deseos, la realización de su propio resentimiento y su propia grandeza. Creen en las promesas del líder, pues le atribuyen omnisciencia y casi omnipotencia. Y es cuando el influjo del dictador sobre las masas recuerda el poder exhibido por un hipnotizador”.

De acuerdo con Bychowski, la posición del dictador sería inconcebible sin el apoyo material y moral de sus discípulos; más aún, éstos le infunden su fe y le nutren con sus ideas y sus emociones. Así, es el dictador quien se aprovecha de las circunstancias, pero son las circunstancias también que favorecen su aparición, sea cual sea la personalidad del líder.

A posteriori, evidentemente, el ascenso del dictador se revela un error. Como declaró una vez el premio Nobel Mario Vargas Llosa, autor, entre otros libros, de una novela sobre el dictador dominicano Rafael Trujillo (La fiesta del Chivo, ed. Alfaguara): “Se piensa que un hombre fuerte, un hombre de carácter, un hombre con pantalones, que aplique mano dura, puede ser mucho más eficaz que un sistema democrático para resolver los problemas. Desde los problemas económicos, hasta el terrorismo o el orden público. Pero es una aberración que no resiste ningún tipo de cotejo histórico, la historia nos demuestra que las dictaduras son mucho más ineficientes que las más ineficientes democracias, que dejan siempre una secuela terrible de corrupción”.  Y aun así, las dictaduras se suceden.

¿Qué se puede hacer? Daniel Eskibel menciona el caso de EE.UU. En la Casa Blanca, está institucionalizada la presencia de un abogado del diablo. Es decir, que en el momento de tomar las decisiones el presidente siempre cuenta con un miembro del staff que defienda una posición distinta a la de la mayoría, siempre y en cada uno de los casos que se analizan. El máximo mandatario, además, no opina sino que decide después del intercambio de opiniones entre los distintos miembros de su gabinete y después de escuchar todas las distintas posturas. Una buena opción para evitar caer en una borrachera de poder.  Pero puede no ser suficiente. Iñaki Piñuel invita a mantenerse en alerta ya que, en su opinión, la coyuntura actual es muy propicia al florecer de regímenes dictatoriales. “No es que los dictadores hagan algo especial, es la sociedad que se lo pide. En tiempos de debilidad, acepta restricciones de libertad a cambio de seguridad. Estos personajes caen bien a todo el mundo, manipulan, encandilan, encantan, están en una campaña electoral permanente… Y es algo peligroso porque al terminar la crisis, cuando de se necesitaría un estilo de liderazgo con ilusión, entonces ellos no se van, sino que se quedan en la cúspide del poder. Para ello, siempre utilizan el mismo recurso, el del chivo expiatorio: crean crisis artificiales, enemigos internos o externos o teorías del complot para perpetrarse en el poder”, explica. Siempre consiguen sus objetivos con la misma receta: “Piden sacrificios, pero nadie quiere sacrificarse. Y el único que se salva no es la sociedad, es el mismo dictador”.

¿Que es una dictadura?

Una vez preguntaron a Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial, si él se consideraba un dictador. Entonces, tras dudar un momento, él contestó: “Si el dictador es el que dicta las leyes… ¡entonces sí soy un dictador!”. El concepto de dictadura es tal vez menos claro de lo que parece. A primera vista, es la ausencia de democracia. Pero el desgobierno o la anarquía también lo son. La dictadura es más bien la negación de la democracia y supone la supresión de elecciones libres, la interdicción de los partidos políticos, la subordinación a la voluntad del dictador, la violación de los derechos humanos, la negación de la separación de poderes, el control de los medios de comunicación, la estructura militarista en el ejercicio del poder y culto a la personalidad del líder, ya que no hay dictadura sin dictador.

Todo esto en teoría. A partir de ahí caben una infinidad  de matices, en los que a veces cuesta determinar si no estaríamos más bien ante una dictablanda o una dictadura, por así llamarla, democrática. Por ejemplo, muchos líderes (Mubarak o Ben Ali, Mugabe o Lukashenko (Bielorrusia) –por mencionar algunos– formalmente no prohibieron las elecciones (fueron siempre reelegidos con porcentajes búlgaros de tipo plebiscitario) aunque sus regímenes son autoritarios a todos los efectos.

Tampoco todos acceden mediante golpes militares al poder (Mussolini y Hitler fueron elegidos; el rey Luis XIV instauró una monarquía absolutista de corte dictatorial sin derrotar ninguna institución republicana anterior). La ideología, cuando la hay, a menudo es instrumental, porque lo que más desea el dictador es perpetrarse en el poder. Su proyecto no es un ideal político, sino a menudo militar. De hecho, acaba imponiéndose como el gran comandante de su sociedad con el único objetivo de mantenerse en la cúspide del Estado, para someter la administración y a los ciudadanos a sus intereses.

Los más conocidos

Mussolini Actuó como un jefe tribal. Perdió contacto con la realidad y arrastró el pueblo a una guerra sin sentido.

Julio César Para muchos, fue el primer dictador democrático de la historia.

Su estilo autoritario tenía respaldo de una amplia capa de la población.

Francisco Franco: Su régimen se originó tras un golpe y la guerra. La dictadura contó con el apoyo de la jerarquía militar y amplios sectores de la derecha, y abrazó una ideología católico-conservadora.

Gadafi Tuvo los rasgos clásicos del dictador: ascenso con golpe de Estado, autor de una ideología propia (el célebre Libro verde) y epílogo trágico.

Stalin Fue el prototipo del líder violento y despiadado. Eliminó paulatinamente a sus enemigos y rivales y se convirtió en un jefe poderoso, pero también solitario.

Napoleón Su ego desmesurado tuvo muchas facetas. Creó el código civil pero al mismo tiempo impuso un culto a su personalidad, además de protagonizar guerras sangrientas.

Sadam Husein Como muchos dictadores, fue refrendado por su pueblo y propagó la teoría de complots y enemigos externos para justificarse.

Robespierre El padre de la revolución acabó traicionando los ideales de la revuelta para convertirse casi en un jefe místico-religioso.

Cromwell Interpretó la jefatura del Estado como si fuera un rey. Ambivalente y violento, sus conflictos en la niñez influyeron en su personalidad.

Hitler Tal vez el más mesiánico de los dictadores modernos. Muy pocos cuestionan sus trastornos mentales. Supo interpretar las frustraciones del pueblo alemán

 

 

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