El humanismo cultural: Día internacional de la mujer. Hacobo Morá.

De los terrenos más fructíferos y mejor acabados, donde la tentativa de abolir cualquier tipo de esclavitud de la realidad, es quizá, uno de ellos, el de la literatura: mosaico de la otredad. Y Sula, por supuesto, es el territorio para desempolvar el tema del rezago educativo de muchísimas mujeres. Sula es la segunda novela de Toni Morrison, escritora sudafricana, Sula es por mucho, el marco de la promiscuidad de continuada costumbre, el desarraigo social al que muchas de las mujeres entran creyendo conocer la libertad, creyendo hacer uso de la libertad, concepto aún en disputa por algunas feministas que, intentando establecer óptimamente sus relaciones heterosexuales, abogan por una educación emancipadora de aquel feminismo ovular, o de aquel otro sexismo hembrista, o de un encubierto adhesionismo con la lucha del movimiento lésbico… Virginia Woolf, escritora inglesa, arremetió en repetidas ocasiones, en contra de aquellas mujeres que ocupan su cuerpo sólo para ser mantenidas, y que creen hacer –a posteriori- el anhelado cambio político, social, tomando –al lado del oído del marido-,  aquellas decisiones que determinarán el rumbo de los sucesos; Morrison, como Virginia, coincide en que la sexualidad es un motivo de goce, sólo que la Woolf renuncia a la estrategia del dominio sexual, por motivos más altos: la educación que se empuña como la independencia mental, que el autodidactismo, aún en la abadía de las soledades, es una apuesta valiente antes de ceder ante el otro, el hombre. En la novela Sula, la amistad entre dos mujeres negras es leitmotiv que libera confrontándose con las circunstancias: el esposo, lo hijos, los vecinos, la madre, el hermano; pero en aquella amistad han depositado toda su fe Sula y Nel, como un banco de capitales humanos, depositarios de la energía y de la fuerza de la empatía, de aquella enigmática amistad; en Tres Guineas, libro de ensayos, Virginia Woolf habla de un banco de dinero, capital monetario, para la educación del hermano, porque se ha subestimado que en la mujer está de más la instrucción universitaria, pero no así, en los campos de la costura, los buenos modales, las virtudes que se muestran en medio de la sala.  Woolf rompe un paradigma: el esposo es un embrión que crece en lo privado, es aquél que sujetará con amarras a la nave de las rosas, a la que lleva en los desfiles todos los estandartes luciendo medias claras, aquella que es tan buena mostrando caridad como si el mismo acto la encumbrara hacia el mejor de los cielos, precisamente porque es dadora de vida y esperanza, o dicho mejor, que la transforme en un ser mágico elevado a diosa porque de plano, no se le ha atendido, no se entienden sus propias diferencias. Sólo con ser graciosas, pulcras, atentísimas, modosas, cariñosas, madres abnegadas, madres machistas, mujeres que merecen golpizas; mujeres aquéllas, del otro lado de la calle, pasean su virginidad, o esa ilusión mental de que algo está ahí, sólo para aquél que regresa de las batallas libradas, o quizá, de aquel que esté dispuesto a dar un gasto con tal de tener la cama tibia, o la ropa planchada, o la parejita de críos: ambos sexos, y a una hora exacta la comida sobre la mesa. Sula está inscrita para la celebración del Día internacional de la mujer, por aquella otra mujer que se coloca en la ventana donde se cuela aquel chiflonazo de aire frío, o que se sirve del muslo… Woolf no habla de la mujer proletaria como tal, sino de aquella que es la intelectual en asecho, aunque muchas mujeres, y también, muchos hombres consideran que ser pobre económicamente determina no crear cultura. La intención real de este texto no es hacer un discurso apoteótico para aquellas mujeres que hacen en el hogar poniendo sobre la mesa sus derechos, o que ganan su propio dinero en empresas donde quizá sí se respeten sus derechos laborales, o de aquellas que toman decisiones en el ámbito político -aún ajeno a las verdaderas necesidades sociales-, o de algunas mujeres que ambicionan el poder y el personalismo en el campo de la gestión cultural; sino de otras mujeres que creen en la educación libertaria, en el campo de la creación del arte, en la investigación dentro de las ciencias, en las mujeres que no se destruyen entre sí por aquel espacio libertario, sino que trabajan sobre la única creencia del imperativo de una cultura humanista, donde la presencia del pensamiento humanista tan sólo sea.

                 

 

 

           

           

           

 

           

           

           

 

 

         

           

                   

 

  

      

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