Señor presidente: busque usted, entre sus papeles, el nombre de aquél ser humano.

Hakobo Morá.

A Rutilio Hernández.

Para algunos la pobreza es aún más atroz y distinta en su movimiento porque lleva en sí la insoportablemente lentitud de la muerte. Muerte como el mejor remedio, suponen algunos.

Ya alguien había visto -con mucha tristeza-, a la muerte como una escoba barriendo insensiblemente a aquéllos hambrientos o enceguecidos, a aquéllos con las manos o sin ellas para continuar rascando su propia miseria invadida de malos olores, a aquéllos con las piernas cercenadas por la enfermedad, a aquéllos que sobreviven con el cuerpo tullido o con la mente afectada, a aquéllos que están infestados de parásitos imposibles de lidiar, a aquéllos que no tienen dientes porque de nada serviría tenerlos si no hay nada servido en el plato. Muerte y, nada para los ciudadanos que requieren el beneficio de ese gran pastel presupuestal que significa la institucionalización en Zacapoaxtla.

Si los que creen en Jesús repitiendo sus ultimas palabras redimidos en el sufrimiento del misterio del hijo, ¿se preguntaran alguna vez sobre el hecho útil de que él haya muerto “por” nosotros?, ¿que si su muerte cambió en algo a nuestra llamada “educación” humanista? Mejor aún: en la esfera de las creencias y del mundo simbolista, ¿algún dios acompaña a las masas más pobres y desposeídas? Por lo menos a Jesús lo escucharon, “sus” palabras han sobrepasado la barrera del tiempo, sabemos que su nombre celestial estaba predestinado a pasar a los anales de la historia con todo y su encarnizado martirio, como también, su imagen de mártir que ha sido tan fecunda inspirando películas para el arte del cine; pero para los demás, los que sus palabras ya están rotas mucho antes de que las digan siquiera, “¿al menos alguien dirá de qué ha servido toda aquella gran montaña de sufrimiento divino de un hombre que dejó serlo para ser un consumado dios? Y aparece aquí la existencia de alguien distinto a los demás hombres: de aquél ser humano y su trayecto diario: de la calle empinada “la Palma” hacia el centro de la ciudad: subido en un diablo, un endurecido rostro coronado por un sombrero viejo y sucio donde se puede percibir la mirada ya apagada que mermó una implacable diabetes agudizada, sin más, por la mala alimentación; un hombre y su tronco humano desplazándose encima de una tablilla cuadrada milagrosamente puesta sobre cuatro pequeñas llantas de metal. Un tronco que así ha quedado porque sus piernas están amputadas por la cangrena, piernas que un día caminaron fuertes en aquel puesto de verduras que él mismo atendió dentro del mercado municipal. Su imagen humana es casi milagrosa, y es tan contundente como cualquiera de las palabras dichas por el mismo Jesús, Jehová, Alá, o por el santoral huesudamente encabezado por la Santa Muerte. Pienso en él y tiene más parecido a un filósofo indígena al que no se le ha prestado atención a sus necesidades, a un ciudadano mexicano que no ha dejado de serlo nunca a pesar del desamparo en el que vive, a el más audaz estratega tratando de sobrevivir en el mundo; no dudaría que su sabiduría abofeteara la cara del presidente municipal que está  acostumbrado a talar -con el modo fiel del discursito- todas las voces, que son árboles y que emergentemente reclaman la asistencia social e institucional en nuestro municipio. Frente a las palabras salvadoras en los discursazos fiesteros de nuestro cínico presidente municipal que inaugura eventos patrios frente a los pobres, frente a las palabras afiladas del presidente municipal que acuchilla los listones en las ferias repletas de indiferencia para los pobres, frente a las palabras de piedra del presidente municipal en cualquier orate informe de gobierno atascado de manipulados índices de pobreza, se puede encontrar apostado a un lado del mercado “25 de abril, a lo largo y ancho de alguna banqueta, a aquél hombre anónimo  pidiendo limosna. Quizá aquél mismo que recuerda, a ratos tal vez, algo de los buenos tiempos.

            

 

                    

           

           

 

 

         

           

                   

 

  

      

arriba