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MALA
CALIDAD DE LOS SERVICIOS DE SALUD CÓMPLICE DEL VIRUS DE INFLUENZA Artículo
del Diario El País de España El brote del H1N1 descubre las carencias de la sanidad de México Ir al médico
suele ser una pérdida de tiempo y dinero Hace
dos días que la gripe no mata a nadie en México. Ya se sabe que las
muertes confirmadas son 16, pero unas jornadas atrás -cuando el Gobierno
barajaba una cifra de hasta 160 fallecimientos atribuibles al nuevo
virus-, los periodistas preguntaban una y otra vez a cuanto responsable
institucional se les ponía delante: ¿Por qué está muriendo gente en México
y en otros países no? La respuesta siempre era la misma: "Porque los
enfermos llegan tarde al hospital, cuando ya no se puede hacer nada por
ellos". A los periodistas -también al que suscribe- se les olvidaba
insistir con una pregunta capital: ¿y por qué llegan tarde? Vaya
por delante una pista. O mejor, dos. El caso de Manuel y el de Óscar.
Manuel tiene 63 años. El martes día 21 de abril se sintió mal, con los
síntomas de una gripe. El miércoles, empeoró. El jueves, ya estaba
fatal. "Mi esposa me llevó con el doctor César Decanini, a su
consultorio del Hospital Inglés. En cuanto me revisó, me dijo: yo creo
que es influenza. Voy a buscar al especialista". Unos minutos más
tarde, Manuel era sometido a pruebas de sangre, radiografías, tomografía,
suero, medición de la capacidad respiratoria... "A las diez de la
noche, el prestigiado médico neumólogo Eulo Lupi me informa que debo ser
hospitalizado, que mi capacidad respiratoria está al 50% y que los
pulmones se están deteriorando con rapidez. Por suerte, el doctor
Decanini tenía en su consultorio una caja del antiviral indicado. Tomé
la pastilla". El
segundo caso es el de Óscar. Cinco años y siete meses. El jueves 16 de
abril, el niño se puso mal. Su madre lo llevó a la clínica 11 del
Seguro Social. "No lo quisieron recibir", cuenta su tía,
"porque no tenía fiebre. Nos dijeron que era una gripe normal".
Por la tarde, Óscar empezó a vomitar y lo llevaron a otra clínica del
Seguro Social. Tampoco lo atendieron. Al día siguiente, a las seis de la
mañana, Óscar empezó a sufrir convulsiones y, entonces sí, lo
ingresaron de urgencia. Cinco horas después el niño ya estaba muy grave
con un cuadro de neumonía. Lo pasaron a un cuarto de Terapia Intensiva...
junto con otros ocho niños. Casi
no es necesario decir que Manuel se salvó. Óscar, en cambio, murió a
los nueve días de sentir los primeros síntomas, tras sufrir un calvario
de hospital en hospital. Manuel es dirigente de un importante partido político,
fue secretario (ministro) de Relaciones Exteriores, diputado federal y
hasta candidato a la presidencia de la República. Óscar, en cambio, era
el hijo menor de una familia sin recursos. ¿Quiere
decir esto que en México están sobreviviendo los ricos y muriendo los
pobres? No hay datos para responder con certeza a esa pregunta. Entre
otras cosas, porque el Gobierno tiene guardada la lista de los 16
fallecidos en un cofre con siete cerrojos. Según el secretario de Salud,
José Ángel Córdova, el mutismo sobre la identidad de las víctimas
intenta evitar "la estigmatización" de sus familias. Pero lo
que sí es incontestable es que fuera de México se están detectando
muchos casos de influenza y, salvo en Estados Unidos -donde sí falleció
un niño mexicano de 23 meses-, nadie ha muerto por el momento. Más allá
del desenlace, lo que sí demuestran de forma muy gráfica los casos de
Manuel y de Óscar es la forma del mexicano de enfrentarse a la
enfermedad. Durante
los últimos días, inspectores de la Organización Mundial de la Salud
han recorrido los estados de México donde se han producido casos de esta
gripe -mortales o no- intentando descubrir algún común denominador entre
las víctimas. No lo han encontrado de una forma determinante, aunque uno
de ellos ofrece su sensación sobre el terreno. "Está muriendo gente
pobre. ¿Por qué? Porque es la gente que está acostumbrada a ponerse
enferma, a pasar gripes más o menos fuertes y no ir al médico. Si los
mismos síntomas los tiene un soldado de una base americana, en 10 minutos
está en la enfermería. Es una cuestión de costumbres sociales. La gente
sabe que acercarse al médico cuesta dinero". Hay
una frase muy común en México entre las clases más humildes: "Tú
te puedes sentir mal, pero no te puedes enfermar". La enfermedad es
una ruina. Nadie va al médico a las primeras de cambio. Y, desde luego,
nadie va al médico por una gripe más o menos fuerte. Ir al médico
-salvo para las clases exclusivas que disponen de seguro médico y
hospitales de lujo- supone casi siempre una pérdida considerable de
tiempo y de dinero. México
ha crecido mucho en los últimos años y hasta se trata de tú a tú con
los países más desarrollados del mundo. Pero ese estirón no está
siendo homogéneo. Para desesperación de sus gobernantes y vergüenza de
sus conciudadanos, la imagen que México está ofreciendo estos días al
mundo es la de un gigante al que se le quedaron cortos los pantalones.
Estos días de angustia están dejando al descubierto las pantorrillas del
sistema. La guerra al narcotráfico dejó casi en el olvido que un 40% de
sus 100 millones de habitantes vive en la pobreza absoluta. Y el brote de
la gripe está poniendo al descubierto que el sistema de salud no está a
la altura de las circunstancias. ¿Qué
hace un mexicano cuando se siente enfermo? Lo que viene a continuación es
la síntesis de un sondeo realizado entre vecinos del Distrito Federal con
distintos niveles de ingresos. Lo primero que hace, coinciden todos, es
aguantar. A ver si se pasa la fiebre, a ver si con un vaso de leche
caliente y una buena cura de sueño... Lo siguiente es acudir a la
farmacia. La
cuestión farmacéutica merecería capítulo aparte. Los medicamentos en México
son más caros que en Europa y que en la mayoría de los países de su
entorno, pero tienen una.. ¿ventaja?: se venden sin receta en cualquier
esquina. Hay cadenas de farmacias que están abiertas a todas horas. Y
disponen de todo. Desde ansiolíticos hasta Viagra. Para fomentar el
consumo de sus productos, los dependientes ofrecen de vez en cuando
muestras gratuitas a sus clientes. De la misma forma que en un
supermercado se convida al cliente a una porción de queso manchego. Antes
de que se asustaran por los crímenes del narcotráfico, los
norteamericanos cruzaban la frontera en romería para abastecerse de toda
clase de potingues. La
segunda opción -si el medicamento no ha hecho efecto-es mover "la
palanca". La traducción al español peninsular sería "buscar
un enchufe". El mexicano es experto en eso. No por afición, sino por
necesidad. Una vez que se llega al consultorio o al hospital, y hasta
cuando los casos son graves, es fundamental buscar a un amigo que agilice
los trámites para ver al doctor. Los
mexicanos saben -y así lo atestiguan las encuestas- que sus médicos son
buenos, incluso muy buenos, y que los hospitales del servicio sanitario
disponen de instrumental moderno y eficaz, pero no suficiente. De hecho,
el paciente tiene que pagar en muchos casos parte del tratamiento. "A
mí me pasó el otro día", explica el padre de un muchacho que
estuvo ingresado recientemente, "la atención fue muy buena, pero el
hospital no disponía de determinadas medicinas que le hacían falta a mi
hijo. Me dijeron que la única solución era que yo las consiguiera en el
exterior. No se trataba de un caso de corrupción ni de negocio
encubierto. Sencillamente, no disponían de ellas. Así que salí del
hospital, fui a la farmacia de enfrente y las compré". En ocasiones,
el paciente tiene que seguir idéntico método para conseguir las gasas
que se van a usar en su operación y hasta la válvula que le van a
implantar. Un
porcentaje considerable de médicos mexicanos trabaja media jornada en la
sanidad privada -hospitales al nivel de los mejores de Estados Unidos o de
Europa- y la otra media en la pública. "El sistema es
perverso", admite uno de los doctores que practica el doblete,
"pero funciona. A veces, a mi consulta del Seguro Social llega una
persona con una dolencia determinada. Yo la atiendo, pero tanto esa
persona como yo sabemos que, cuando salga de mi consulta, la próxima cita
ya no se producirá hasta dentro de semanas o incluso meses. ¿La solución?
Que la próxima cita sea en mi consulta privada. En el caso de que
necesite ser intervenido quirúrgicamente, yo intentaré -si veo que esa
persona no tiene los recursos suficientes- traspasarla de nuevo al sistema
público, para que sea operada de forma gratuita...". El sistema está
tan acostumbrado a funcionar con ese juego de palancas que los dos grandes
servicios paralelos de salud -uno para los trabajadores comunes y otros
para los funcionarios públicos- disponen de personas que facilitan el
mecanismo a colectivos determinados como periodistas o políticos... Todo
iba funcionando gracias a un sistema de equilibrios fascinante -como
tantas otras cosas en México- hasta que llegó la epidemia de gripe. Todo
el mundo se percató de las graves fallas del sistema. Los laboratorios
para analizar el virus no funcionaron y las muestras tuvieron que enviarse
a Estados Unidos y Canadá. El Gobierno dispone de un millón de
tratamientos antivirales, pero eso sólo supone que puede atender a un 1%
de la población... El país que quería salir en la foto de los más
grandes se ve obligado a reconocer que necesita con urgencia que el mundo
le facilite millones de dosis de antivirales, 200 millones de mascarillas,
cantidades ingentes de pañuelos desechables... Desgraciadamente,
en apenas dos semanas ha cambiado radicalmente la imagen de México en el
mundo. De los abrazos con Barack Obama, el presidente Felipe Calderón ha
pasado a estar prácticamente enclaustrado en su residencia oficial de Los
Pinos. De su voluntad dependerá la fecha en que los 33 millones de
estudiantes y los dos millones de profesores regresen a las aulas. Será
una decisión complicada. Tan difícil que dicen que le provoca un gran
malestar y arrebatos de mal genio. ¿Está el sistema de salud preparado
para decirle al presidente de la República la fecha en que los niños
mexicanos puedan volver seguros a la escuela?
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