Monsiváis en mi pensamiento

Hakobo Morá.

 

Reconocí de inmediato al maestro Carlos Monsiváis en un café bajo el edificio donde yo vivía: el restaurante & bar Carmelitas; la suerte me hizo encontrarlo no en México -o en algún otro lugar de la república mexicana-, sino en Barcelona, España; cruzando el mar Atlántico, entre la carrer del Carme y la carrer del doctor Dou, en contra esquina a la Institut d'Estudis Catalans. Un inconfundible Monsiváis con la cabeza casi rala de cabello, o cabello de plata, sencillo y desenfadado en su apariencia, a tal punto de que su imagen personal resaltara entre los comensales “bien vestidos”; para colmo me había equivocado de puerta -y casi topa mi nariz contra el vidrio-, puerta aquélla que no se abría en invierno -era noviembre-; hacía un frío “calentito”, como algunos catalanes dicen de ese clima adulador con la temperatura entre cálida y húmeda:

“-Maestro Carlos Monsiváis -como si él no lo supiera-, sería tan amable de darme su autógrafo por favor”.

No me hizo caras de “ahí voy de nuevo”, ni cara de genio haciendo payasadas, ni cara de intelectual que escucha las repeticiones constantes que por sí solas nos regresan a la madre patria colonialista.

“-Cómo no, con mucho gusto… ¿Cómo te llamas?

-Me llamo Hakobo Morá.

-¿De dónde eres?

-De Zacapoaxtla.”

Y tuve la sensación de que los autógrafos desde la distancia nos remiten de igual forma al punto de partida, como una voz que llama desde lejos; o de plano, nos devuelven a que nada está ni remotamente ni cerca y, que los viajes son tan inútiles para las imaginaciones menguadas.

“-¿Y qué haces aquí?

-Vine de vacaciones-“, y la verdad es que mentía porque mi propósito era distinto, pero como era él todo menos un confesor, sólo agregué “vacaciones culturales”, y me sentí mejor, porque la verdad era eso, llevé de un lado a otro de la ciudad portuaria aquélla mi estatura, mi modo de ser, y mi manera de estar lejos… me veía a mí mismo como un misionero cultural.

Y ahí mismo, como en clave Morse, o transformándome en otro ciudadano y lanzándome fuera de mi origen poblano, me trasladó a un lugar misterioso: “A Hakobo Morá, y a nuestro encuentro aquí en este barrio de Saltillo, CM.”; antes me había presentado a un maestro que impartía clases en la universidad de Barcelona, pero he olvidado por completo su nombre, o no lo escuché por el nerviosismo que me invadió como un hormigueo subiendo la corteza del árbol; y fue que sentí que me miraba Monsiváis lento, muy seguro de que él me observaba, como descarnándome.  

Si  “bienvenido a España” surgió de una estatua en bronce de Cristóbal Colón sobre la plaza del Portal de la Pau con su dedo de metal apuntando a América que me indicaba “para que no te olvides de dónde vienes”; la presencia poderosa de Monsiváis me regresó a mis primeras lecturas, las lecturas imprescindibles… me envió de nueva cuenta a la sierra norte de Puebla en el corazón de zacapoaxteco de 25 años que era, o como él dice  irónicamente sobre la nostálgica actitud –repetible-, del nacionalismo -a ultranza sui géneris-; “a la victoria de los zacapoaxtlas. O  simplemente te regale una fosa”. Estatua de sal: ven, y regresa, regresa y ven, en un mismo lugar en Europa. En ese momento, yo regresaba de visitar un oasis -y sus distintos lenguajes-, de mujeres artistas donde la Fundació Joan Miró. Allí sumergido dentro de la colección itinerante que llevaba el nombre de La dona. Metamorfosi de la modernitat tuve la suerte de un reconocimiento, una pintura  surrealista de 1951 -que me refirió hacia varios textos del maestro Monsiváis-, el Autorretrato con retrato del doctor Faril, de Frida Kahlo. Encuentros y des tiempos que se aproximaban: Kahlo ya muerta y su trabajo persistente al olvido; Monsiváis vivo en aquel instante y hoy muerto su cuerpo pero “sólo en espera de un salto de mata” en lectura tenaz y revisitada; su trabajo de crítica social al sistema post revolucionario, caciquista, autoritarista, machista es de vital importancia para todos nosotros… ¿Alguien independiente a mi existencia habrá de recordar ambos sucesos que hoy estoy relatando? No lo sé, sólo sé que también, en aquel autógrafo enigmático al nuevo género epigramático que es Monsiváis, como dijo alguna vez el nobel de literatura, Octavio Paz, apunto también su correo electrónico a la vez que me decía “pero me escribes”, y nunca escribí a su email; aunque sí nunca dejé de hacerlo -en un diálogo perspicaz y “de tenso aprendizaje de lucero”- al margen de las páginas de cada uno de sus textos. Siempre con Monsiváis en mi pensamiento, siempre Monsiváis en el corazón.

       

 

 

 

 

             

 

 

                   

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